martes, 19 de enero de 2010

Redacción - ADIOS A SEGUNDO DE PASCUA

ADIOS A SEGUNDO PASCUA

Este año, por primera vez, ya en el pueblo no hemos tenido ningún signo que nos hiciera sospechar que era SEGUNDO DE PASCUA.

Cierto que somos muy pocos en el pueblo, cierto que todos estamos aliquebrados para subir y bajar a la Virgen, cierto que el cura no dijo nada,… pero no podemos culpar a nadie, nosotros no mostramos el más mínimo interés por celebrar algo. El próximo año ya nadie recordará que ese día era una de nuestras grandes fiestas. Ese día venían los forasteros de los pueblos cercanos, amigos y familiares a celebrarla con nosotros; venían a misa algunos hombres de los pueblos cercanos para ayudar a los nuestros a cantar la misa en latín. Después de misa cogíamos a la Virgen y al Niño en procesión y nos íbamos a la ermita.

Se llevaba el pendón; cuatro hombres, jóvenes, con fuerza y bien coordinados para que no se cayera. Uno cargaba el palo de más de ocho metros y con casi siete de tela y los cordeleros, bien repartidos y saltando las paredes de las cortinas del camino de Santa Ana para conseguir el objetivo de llegar arriba sin ningún percance. Allí se colocaba en una piedra al lado de la ermita mientras entrábamos a rezar una salve y los responsos.

Mi madre, cuando yo era pequeña, me contaba de una forma muy simple y sencilla el significado poco ortodoxo, pero yo lo entendía muy bien. “El domingo de pascua la Virgen se encontraba con su hijo que había resucitado y como estaba muy contenta al día siguiente iba a decírselo a su madre, Santa Ana que está en la ermita.”

Después volvíamos a la iglesia, con la Virgen y el Niño y también con el pendón, que se quedaba todo el día puesto en la plaza. Se hacía el baile a la salida de misa para hacer ganas de comer, (después pasó a llamarse baile vermut), con el tamboril que traían para la ocasión. Luego íbamos a comer con nuestros invitados y por la tarde el Rosario. A continuación el baile de la tarde hasta el toque de la oración, cenar y volver al de la noche. A este último sólo dejaban a los más mayores, los pequeños teníamos que acostarnos.

Los forasteros, los más mayores, casi siempre se iban a la salida del Rosario, y los más jóvenes después del baile de la noche, que como muy tarde eran las 11 o las 12 de la noche y tenían que desplazarse caminando a los pueblos de origen o algún afortunado que se quedaba a dormir.

Este día era el que las mayordomas se estrenaban, mejor dicho el domingo de Pascua, pero este día era el que estrenaban aquellos vestidos que habían comprado a escondidas para que hasta ese día nadie supiera ni el color ni la hechura del vestido. Las madres con o sin las hijas habían ido a Muga, Bermillo o al tendero que venía a dar vuelta por el pueblo y habían comprado lo que le había gustado o lo que se ajustaba al escasísimo presupuesto que tenían para tal fin.

También había que estar pendientes del movimiento del niño de la Virgen porque si por mala pata se caía ya estaba preparado el asunto: alguna mayordoma estaba embarazada. Esto era un gran mazazo. Primero había que averiguar quién era la que había perdido la honra de la familia.

Hoy, para evitar las colas para irse a los destinos respectivos no podemos quedarnos a celebrar nuestra fiesta; pero además nos da lo mismo; es como si tuviéramos ya la certeza que esto se termina y vamos a rematarlo lo más pronto posible.

Dentro de muy poquito no vamos a tener nada que celebrar, ni la alegría de que ha llegado la primavera. Además que los gastos de esta fiesta los pagaba el Ayuntamiento.

Se me ocurre la estrofa de una canción de Rafael Amor que dice: “no los dejes, corazón, que maten la alegría; remienda con un sueño, corazón, tus alas malheridas”.


Pruden Garrote

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