domingo, 25 de marzo de 2018

Homilía del Arzobispo Wenski en la Misa funeral por el antiguo párroco de Santa Cecilia Mons. Emiliano Ordax


- The Archdiocese of Miami


Homilía del Arzobispo Thomas G. Wenski en la Misa Funeral por Mons. Emiliano Ordax. Parroquia Santa Cecilia, Hialeah, 17 de marzo de 2018.
Queridos hermanos y hermanas; reunidos en torno al altar del Señor en esta querida comunidad de Santa Cecilia, venimos a dar gracias al Padre celestial por el regalo que quiso hacernos en su hijo sacerdote, Monseñor Emiliano Ordax, quien ha partido hacia la casa del Padre celestial a la edad de 92 años y casi 70 de ellos dedicados al servicio del pueblo de Dios. Seguramente, al llegar a la edad de 92 años, habrá más de sus seres queridos en el cielo para darle la bienvenida que aquí en la tierra para decirle “adiós”. Yo era seminarista cuando primero lo conocí hace 49 años. Padre Ordax fue un laborioso y tenaz obrero del Señor que junto a sus padres, españoles jornaleros en Francia, conoció el rigor de las faenas en los viñedos de Burdeos, y que años más tarde trabajaría sin descanso en la Viña del Señor.
Cristiano de voluntad firme, decidió seguir la llamada al sacerdocio en una época convulsa que marcó su vocación, en medio de los horrores de una guerra civil en España que se saldó con miles de víctimas, entre las que se cuentan gran número de católicos, entre obispos, sacerdotes, consagrados y laicos. Una época de su vida que en alguna ocasión describió como un tiempo de terror, dolor y sangre, pero que afianzó su compromiso con Dios y fortaleció su decisión de servir a Cristo y de ver su rostro en los menos afortunados.
Habiendo ingresado en el Seminario de Zamora y siendo ordenado sacerdote en 1948, es enviado poco después a la Diócesis de Camaguey, Cuba, como parte de la Obra para la Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana (OCSHA), institución creada por los obispos españoles para colaborar con la Iglesia en Latinoamérica y que tan buenos frutos ha producido, también en nuestra Arquidiócesis de Miami. Tanto en Cuba, como años después en el sur de la Florida, mostró especial sensibilidad por las condiciones de vida de los trabajadores del campo, cuyos derechos buscó siempre defender, especialmente en las áreas de La Belle e Immokalee, en cuyas misiones Reina del Cielo y Nuestra Señora de Guadalupe sirvió pastoralmente entre 1962 y 1967.
En la década de los ‘70 se desempeña como vicario en diferentes parroquias como St. Michael, la Catedral de St Mary y St. John the Apostle, hasta que en 1979 le es asignada esta parroquia de Santa Cecilia formada por familias trabajadoras, en su mayoría de emigrantes cubanos. Aquí desempeñó una labor pastoral y social que muchos de ustedes recuerdan con agradecimiento y cariño. Con el tiempo pudo establecer diversos programas de ayuda a personas necesitadas, proporcionando alimentos, conserjerías en materia laboral y migratoria, así como una guardería infantil de gran utilidad para las madres trabajadoras. Esto, sin pasar por alto sus esfuerzos hasta conseguir habilitar este templo donde hoy ofrecemos la Eucaristía por su eterno descanso.
La Palabra de Dios en este día nos recuerda en su primera lectura la necesidad de poner nuestra confianza en Dios, especialmente en tiempos de dificultad e infortunio. Con la ayuda del Santo Espíritu somos animados a no desfallecer en la oración y en la súplica, sabiendo que Él nunca nos abandona. Es la experiencia del profeta Jeremías, quien en medio de la persecución y la prueba es capaz de abandonarse en las manos de Dios, y sentirse seguro: “Pues a ti he confiado mi causa” (Jer. 11, 20). De la misma manera, en nuestro camino de seguimiento a Jesús, no estamos exentos de dificultades y dudas que quisieran poner en peligro la perseverancia en la misión que se nos ha encomendado. Sin embargo, el mensaje de hoy nos debe transmitir ánimo y valentía, pues sabemos que aún en las situaciones más difíciles el Señor se hace presente, y consciente de nuestras limitaciones, camina a nuestro lado.
Es precisamente esta cercanía de Dios la que presenta mayor dificultad para los contemporáneos de Jesús. En el Evangelio lo encontramos, en medio de la polémica en torno a su verdadera identidad, pero firme en la misión de salvación que el Padre le ha encomendado. Y es que resultaba difícil para muchos, aceptar que el Todopoderoso pudiera hacerse tan cercano, como un amigo, con rostro concreto y compartiendo la condición humana. Así, las opiniones sobre Jesús estaban realmente divididas; unos le seguían y otros le atacaban. Pero lo más relevante que hoy nos transmite la Palabra de Dios es que, más allá de cualquier consideración, todos quedaban impresionados por su forma de enseñar con autoridad y con palabras de vida eterna. Al verlo proclamar su mensaje con autenticidad y acompañado de signos prodigiosos, incluso los guardias enviados para apresarle, al regresar con las manos vacías, sólo pueden afirmar: “Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre” (Jn. 7, 46).
Hoy recordamos a un hermano sacerdote que proclamó con esperanza que sólo Cristo tiene palabras de vida eterna, y que se esforzó por acompañar su mensaje con obras de amor en beneficio de sus hermanos. Demos gracias en esta celebración por su prolongado y fecundo ministerio. Pidamos para que purificado de sus faltas, sea recibido en brazos del Buen Pastor, y junto a Él, llegue a ocupar el lugar reservado a los servidores fieles. Concede, Señor, a tu siervo Monseñor Ordax, el descanso eterno, y que brille para él la luz perpetua. Amen.

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